APOSENTO ALTO

lunes, 8 de enero de 2018

LECTURA BÍBLICA 8 DE ENERO

LECTURA PARA LA MAÑANA

MATEO    4:12-17

Mat 4:12 Cuando Jesús oyó que habían arrestado a Juan, salió de Judea y regresó a Galilea.
Mat 4:13 Primero fue a Nazaret, luego salió de allí y siguió hasta Capernaúm, junto al mar de Galilea, en la región de Zabulón y Neftalí.
Mat 4:14 Así se cumplió lo que Dios dijo por medio del profeta Isaías:
Mat 4:15 «En la tierra de Zabulón y Neftalí, junto al mar, más allá del río Jordán, en Galilea, donde viven tantos gentiles*,
Mat 4:16 la gente que estaba en la oscuridad ha visto una gran luz. Y para aquellos que vivían en la tierra donde la muerte arroja su sombra, ha brillado una luz»*.
Mat 4:17 A partir de entonces, Jesús comenzó a predicar: «Arrepiéntanse de sus pecados y vuelvan a Dios, porque el reino del cielo está cerca*».


HECHOS 5:1-16

Hch 5:1 Pero había cierto hombre llamado Ananías quien, junto con su esposa, Safira, vendió una propiedad.
Hch 5:2 Y llevó sólo una parte del dinero a los apóstoles pero afirmó que era la suma total de la venta. Con el consentimiento de su esposa, se quedó con el resto.
Hch 5:3 Entonces Pedro le dijo: «Ananías, ¿por qué has permitido que Satanás llenara tu corazón? Le mentiste al Espíritu Santo y te quedaste con una parte del dinero.
Hch 5:4 La decisión de vender o no la propiedad fue tuya. Y, después de venderla, el dinero también era tuyo para regalarlo o no. ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¡No nos mentiste a nosotros sino a Dios!».
Hch 5:5 En cuanto Ananías oyó estas palabras, cayó al suelo y murió. Todos los que se enteraron de lo que sucedió quedaron aterrados.
Hch 5:6 Después unos muchachos se levantaron, lo envolvieron en una sábana, lo sacaron y lo enterraron.
Hch 5:7 Como tres horas más tarde, entró su esposa sin saber lo que había pasado.
Hch 5:8 Pedro le preguntó: —¿Fue éste todo el dinero que tú y tu esposo recibieron por la venta de su terreno? —Sí —contestó ella—, ése fue el precio.
Hch 5:9 Y Pedro le dijo: —¿Cómo pudieron ustedes dos siquiera pensar en conspirar para poner a prueba al Espíritu del Señor de esta manera? Los jóvenes que enterraron a tu esposo están justo afuera de la puerta, ellos también te sacarán cargando a ti.
Hch 5:10 Al instante, ella cayó al suelo y murió. Cuando los jóvenes entraron y vieron que estaba muerta, la sacaron y la enterraron al lado de su esposo.
Hch 5:11 Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos los que oyeron lo que había sucedido.
Hch 5:12 Los apóstoles hacían muchas señales milagrosas y maravillas entre la gente. Y todos los creyentes se reunían con frecuencia en el templo, en el área conocida como el Pórtico de Salomón.
Hch 5:13 Pero nadie más se atrevía a unirse a ellos, aunque toda la gente los tenía en alta estima.
Hch 5:14 Sin embargo, cada vez más personas —multitudes de hombres y mujeres —creían y se acercaban al Señor.
Hch 5:15 Como resultado del trabajo de los apóstoles, la gente sacaba a los enfermos a las calles en camas y camillas para que la sombra de Pedro cayera sobre algunos de ellos cuando él pasaba.
Hch 5:16 Multitudes llegaban desde las aldeas que rodeaban Jerusalén y llevaban a sus enfermos y a los que estaban poseídos por espíritus malignos,* y todos eran sanados.




SALMO 8

Sal 8:1 Oh SEÑOR, Señor nuestro, ¡tu majestuoso nombre llena la tierra! Tu gloria es más alta que los cielos.
Sal 8:2 A los niños y a los bebés les has enseñado a hablar de tu fuerza,* así silencias a tus enemigos y a todos los que se te oponen.
Sal 8:3 Cuando miro el cielo de noche y veo la obra de tus dedos —la luna y las estrellas que pusiste en su lugar—, me pregunto:
Sal 8:4 ¿qué son los seres humanos para que pienses en ellos, los simples mortales para que de ellos te ocupes?*
Sal 8:5 Sin embargo, los hiciste un poco menor que Dios* y los* coronaste de gloria y honor.
Sal 8:6 Los pusiste a cargo de todo lo que creaste, y sometiste todas las cosas bajo su autoridad:
Sal 8:7 los rebaños y las manadas y todos los animales salvajes,
Sal 8:8 las aves del cielo, los peces del mar, y todo lo que nada por las corrientes oceánicas.
Sal 8:9 Oh SEÑOR, Señor nuestro, ¡tu majestuoso nombre llena la tierra!

LECTURA PARA LA NOCHE

GÉNESIS 21-23

Gén 21:1 El SEÑOR cumplió su palabra e hizo con Sara exactamente lo que había prometido.
Gén 21:2 Ella quedó embarazada y dio a luz un hijo a Abraham en su vejez. Esto ocurrió justo en el tiempo que Dios dijo que pasaría.
Gén 21:3 Y Abraham le puso por nombre a su hijo, Isaac.
Gén 21:4 Ocho días después del nacimiento, Abraham circuncidó a Isaac, tal como Dios había ordenado.
Gén 21:5 Abraham tenía cien años de edad cuando nació Isaac.
Gén 21:6 Sara declaró: «Dios me hizo reír.* Todos los que se enteren de lo que sucedió se reirán conmigo.
Gén 21:7 ¿Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría a un bebé? Sin embargo, ¡le he dado a Abraham un hijo en su vejez!».
Gén 21:8 Cuando Isaac creció y estaba a punto de ser destetado, Abraham preparó una gran fiesta para celebrar la ocasión.
Gén 21:9 Pero Sara vio que Ismael —el hijo de Abraham y de su sierva egipcia Agar— se burlaba de su hijo Isaac.*
Gén 21:10 Entonces ella se dirigió a Abraham y le exigió: «Echa fuera a esa esclava y a su hijo. Él no compartirá la herencia con mi hijo Isaac. ¡No lo permitiré!».
Gén 21:11 Esto disgustó mucho a Abraham, porque Ismael era su hijo;
Gén 21:12 pero Dios le dijo a Abraham: «No te alteres por el muchacho y tu sierva. Haz todo lo que Sara te diga, porque Isaac es el hijo mediante el cual procederán tus descendientes.
Gén 21:13 Yo también haré una nación de los descendientes del hijo de Agar, porque él también es hijo tuyo».
Gén 21:14 Así que a la mañana siguiente Abraham se levantó temprano, preparó comida y un recipiente de agua, y amarró todo a los hombros de Agar. Luego la despidió junto con su hijo, y ella anduvo errante por el desierto de Beerseba.
Gén 21:15 Cuando se acabó el agua, Agar puso al muchacho a la sombra de un arbusto.
Gén 21:16 Entonces se alejó y se sentó sola a unos cien metros de distancia.* Se echó a llorar y dijo: «No quiero ver morir al muchacho».
Gén 21:17 Pero Dios escuchó llorar al muchacho, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo: «Agar, ¿qué pasa? ¡No tengas miedo! Dios ha oído llorar al muchacho, allí tendido en el suelo.
Gén 21:18 Ve a consolarlo, porque yo haré de su descendencia una gran nación».
Gén 21:19 Entonces Dios abrió los ojos de Agar, y ella vio un pozo lleno de agua. Enseguida llenó su recipiente con agua y dio de beber al niño.
Gén 21:20 El muchacho creció en el desierto, y Dios estaba con él. Llegó a ser un hábil arquero,
Gén 21:21 se estableció en el desierto de Parán, y su madre arregló que se casara con una mujer de la tierra de Egipto.
Gén 21:22 En esos días, Abimelec fue con Ficol, el comandante de su ejército, a visitar a Abraham. —Es obvio que Dios está contigo, ayudándote en todo lo que haces —dijo Abimelec—.
Gén 21:23 Júrame en nombre de Dios que nunca me engañarás ni a mí, ni a mis hijos, ni a ninguno de mis descendientes. Yo te he sido leal, así que ahora jura que tú me serás leal a mí y a esta nación donde vives como extranjero.
Gén 21:24 Abraham respondió: —¡Sí, lo juro!
Gén 21:25 Entonces Abraham se quejó con Abimelec por un pozo que los siervos de Abimelec habían quitado por la fuerza a los siervos de Abraham.
Gén 21:26 —No sabía nada —respondió Abimelec—. No tengo idea de quién es el responsable. Nunca antes te has quejado de este asunto.
Gén 21:27 Entonces Abraham le dio a Abimelec algunas de sus ovejas y cabras, y cabezas de ganado, y los dos hicieron un tratado.
Gén 21:28 Pero Abraham además tomó otras siete corderas y las puso aparte.
Gén 21:29 Y Abimelec preguntó: —¿Por qué has puesto estas siete separadas de los demás?
Gén 21:30 Abraham respondió: —Por favor, recibe estas siete corderas en señal de que aceptas que yo cavé este pozo.
Gén 21:31 Luego Abraham puso por nombre a ese lugar Beerseba (que significa: «pozo del juramento»), porque fue allí donde ambos hicieron el juramento.
Gén 21:32 Después de haber hecho el pacto en Beerseba, Abimelec partió junto con Ficol, el comandante de su ejército, y los dos regresaron a su hogar, en tierra de los filisteos.
Gén 21:33 Luego Abraham plantó un tamarisco en Beerseba, y allí adoró al SEÑOR, Dios Eterno.*
Gén 21:34 Y Abraham vivió como extranjero en la tierra de los filisteos durante mucho tiempo.
Gén 22:1 Tiempo después, Dios probó la fe de Abraham. —¡Abraham! —lo llamó Dios. —Sí —respondió él—, aquí estoy.
Gén 22:2 —Toma a tu hijo, tu único hijo —sí, a Isaac, a quien tanto amas— y vete a la tierra de Moriah. Allí lo sacrificarás como ofrenda quemada sobre uno de los montes, uno que yo te mostraré.
Gén 22:3 A la mañana siguiente, Abraham se levantó temprano. Ensilló su burro y llevó con él a dos de sus siervos, junto con su hijo Isaac. Después cortó leña para el fuego de la ofrenda y salió hacia el lugar que Dios le había indicado.
Gén 22:4 Al tercer día de viaje, Abraham levantó la vista y vio el lugar a la distancia.
Gén 22:5 «Quédense aquí con el burro —dijo Abraham a los siervos—. El muchacho y yo seguiremos un poco más adelante. Allí adoraremos y volveremos enseguida».
Gén 22:6 Entonces Abraham puso la leña para la ofrenda sobre los hombros de Isaac, mientras que él llevó el fuego y el cuchillo. Mientras caminaban juntos,
Gén 22:7 Isaac se dio vuelta y le dijo a Abraham: —¿Padre? —Sí, hijo mío —contestó Abraham. —Tenemos el fuego y la leña —dijo el muchacho—, ¿pero dónde está el cordero para la ofrenda quemada?
Gén 22:8 —Dios proveerá un cordero para la ofrenda quemada, hijo mío —contestó Abraham. Así que ambos siguieron caminando juntos.
Gén 22:9 Cuando llegaron al lugar indicado por Dios, Abraham construyó un altar y colocó la leña encima. Luego ató a su hijo Isaac, y lo puso sobre el altar, encima de la leña.
Gén 22:10 Y Abraham tomó el cuchillo para matar a su hijo en sacrificio.
Gén 22:11 En ese momento, el ángel del SEÑOR lo llamó desde el cielo: —¡Abraham! ¡Abraham! —Sí —respondió Abraham—, ¡aquí estoy!
Gén 22:12 —¡No pongas tu mano sobre el muchacho! —dijo el ángel—. No le hagas ningún daño, porque ahora sé que de verdad temes a Dios. No me has negado ni siquiera a tu hijo, tú único hijo.
Gén 22:13 Entonces Abraham levantó los ojos y vio un carnero que estaba enredado por los cuernos en un matorral. Así que tomó el carnero y lo sacrificó como ofrenda quemada en lugar de su hijo.
Gén 22:14 Abraham llamó a aquel lugar Yahveh-jireh (que significa «el SEÑOR proveerá»). Hasta el día de hoy, la gente todavía usa ese nombre como proverbio: «En el monte del SEÑOR será provisto».
Gén 22:15 Luego el ángel del SEÑOR volvió a llamar a Abraham desde el cielo.
Gén 22:16 —El SEÑOR dice: Ya que me has obedecido y no me has negado ni siquiera a tu hijo, tu único hijo, juro por mi nombre que
Gén 22:17 ciertamente te bendeciré. Multiplicaré tu descendencia* hasta que sea incontable, como las estrellas del cielo y la arena a la orilla del mar. Tus descendientes conquistarán las ciudades de sus enemigos;
Gén 22:18 y mediante tu descendencia, todas las naciones de la tierra serán bendecidas. Todo eso, porque me has obedecido.
Gén 22:19 Luego volvieron al lugar donde estaban los siervos y viajaron de regreso a Beerseba, donde Abraham siguió habitando.
Gén 22:20 Poco tiempo después, Abraham oyó que Milca, la esposa de su hermano Nacor, le había dado a Nacor ocho hijos.
Gén 22:21 El mayor se llamaba Uz, el siguiente era Buz, seguido por Kemuel (antepasado de los arameos),
Gén 22:22 Quésed, Hazó, Pildás, Jidlaf y Betuel.
Gén 22:23 (Betuel fue el padre de Rebeca). Además de esos ocho hijos de Milca,
Gén 22:24 Nacor tuvo otros cuatro hijos con su concubina Reúma. Sus nombres eran Teba, Gahán, Tahás y Maacá.
Gén 23:1 A la edad de ciento veintisiete años,
Gén 23:2 Sara murió en Quiriat-arba (actualmente se llama Hebrón), en la tierra de Canaán. Allí Abraham hizo duelo y lloró por ella.
Gén 23:3 Luego, se apartó del cuerpo de su esposa y dijo a los ancianos hititas:
Gén 23:4 —Aquí estoy, vivo entre ustedes como forastero y extranjero. Por favor, véndanme una parcela de terreno para darle un entierro apropiado a mi esposa.
Gén 23:5 —Escúchenos, señor —respondieron los hititas a Abraham—,
Gén 23:6 usted es un príncipe de honor entre nosotros. Escoja la mejor de nuestras tumbas y entiérrela allí. Ninguno de nosotros se negará a ayudarle en ese sentido.
Gén 23:7 Entonces Abraham se inclinó hasta el suelo ante los hititas
Gén 23:8 y dijo: —Ya que ustedes están dispuestos a brindarme esa ayuda, sean tan amables de pedir a Efrón, hijo de Zohar,
Gén 23:9 que me permita comprar su cueva en Macpela, que está al final de su campo. Yo pagaré el precio total en presencia de testigos, a fin de tener un lugar permanente donde enterrar a mi familia.
Gén 23:10 Efrón estaba sentado allí entre los demás y respondió a Abraham mientras los demás escuchaban. Habló públicamente delante de todos los ancianos hititas de la ciudad.
Gén 23:11 —No, mi señor —le dijo a Abraham—, por favor, escúcheme. Yo le regalaré el campo y la cueva. Aquí mismo, en presencia de mi pueblo, se lo regalo. Vaya y entierre a su esposa.
Gén 23:12 Abraham volvió a inclinarse hasta el suelo ante los ciudadanos del lugar
Gén 23:13 y respondió a Efrón a oídos de todos. —No, escúcheme. Yo se lo compraré. Permítame pagar el precio total del campo, para poder enterrar allí a mi esposa.
Gén 23:14 Efrón respondió a Abraham:
Gén 23:15 —Mi señor, por favor, escúcheme. El campo vale cuatrocientas monedas* de plata, ¿pero qué es eso entre amigos? Vaya y entierre a su esposa.
Gén 23:16 Abraham estuvo de acuerdo con el precio sugerido por Efrón y pagó la cantidad total: cuatrocientas monedas de plata, pesadas según la norma de los comerciantes; y los ancianos hititas presenciaron la transacción.
Gén 23:17 Así fue que Abraham compró la parcela que pertenecía a Efrón en Macpela, cerca de Mamre. La parcela constaba del campo, la cueva y todos los árboles que la rodeaban.
Gén 23:18 Se transfirió a Abraham como posesión permanente en presencia de los ancianos hititas, en la puerta de la ciudad.
Gén 23:19 Después Abraham enterró a su esposa, Sara, allí en Canaán, en la cueva de Macpela, cerca de Mamre (también llamado Hebrón).
Gén 23:20 Así que el campo y la cueva de los hititas pasaron a manos de Abraham, para ser usados como lugar de sepultura permanente.

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