Co 7:10 Pero a los que están unidos en matrimonio,
mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido;
1Co 7:11 y si se separa,
quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no
abandone a su mujer.
1Co 7:12 Y a los demás yo digo, no el Señor: Si
algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con
él, no la abandone.
1Co 7:13 Y si una mujer tiene marido que no sea
creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone.
1Co 7:14 Porque el marido incrédulo es santificado
en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros
hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos.
1Co 7:15 Pero si el incrédulo se separa, sepárese;
pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso,
sino que a paz nos llamó Dios.
1Co 7:16 Porque ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá
harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu
mujer?
Pablo pasa de hablar acerca de la fornicación en el
capítulo 6 a hablar acerca del matrimonio como lo mejor para contrarrestarla.
Ahora, a partir del versículo 10 les habla a las parejas casadas.
Una iglesia unida, sin mancha, se caracterizará entre otras
cosas, por componerse de matrimonios sólidos, estables en todos los sentidos,
esto incluye por supuesto, que el divorcio no sea parte de su lenguaje. La
separación de un matrimonio causa divisiones, no solo en la pareja sino al
interior de la iglesia.
Si en los primeros cuatro capítulos de 1 corintios, Pablo
condena las divisiones en grupos que había en Corinto, es lógico pensar, que
tan mala eran esas divisiones como las provocadas por una separación
matrimonial. Un divorcio es dañino para la unidad de la iglesia.
Recordemos lo que dijo el Señor Jesús en Mateo 19:8
que, por la dureza del corazón del hombre, Moisés dio carta de divorcio, pero
al principio no había sido así, es decir, Dios no unió al hombre con una mujer
para que se separaran cuando ellos quisieran, sino que los unió para toda la
vida.
La importancia de permanecer unidos en matrimonio es, entre
otras cosas, porque la relación entre un hombre y una mujer es el reflejo de la
relación de Cristo y la iglesia; Efesios 22:33. Cristo nunca dejará a la
iglesia y siempre le será fiel. Así que cuando hay un divorcio, esa pareja,
estará emitiendo un reflejo totalmente distorsionado de Cristo y la iglesia.
Pablo tomando en cuenta nuevamente la dureza del corazón
del hombre, le dice a la mujer: “y si se separa, quédese sin casar, o
reconcíliese con su marido” así que, si una mujer desea separarse de su
marido creyente, se debe quedar sin casar, “a no ser por causa de inmoralidad sexual”
Mateo 19:9 como lo enseñó Jesús.
Así que una causa de divorcio es la inmoralidad sexual.
A partir el versículo 12 Pablo trata con matrimonios en el
que uno de los dos es creyente y el otro incrédulo. En estos casos la
separación es válida si el incrédulo o incrédula quiere separarse, es como si
Pablo dijera: si el incrédulo se quiere ir, déjalo que se vaya, no lo retengas.
Esto es porque a paz nos llamó el Señor, es decir, el cristiano no puede saber
si su esposo incrédulo o esposa incrédula va a ser creyente.
Pero en caso que la persona incrédula no quiera separarse
el creyente no debe abandonar a su pareja incrédula, ya que, tendrá la
oportunidad de presentarle las buenas nuevas y por tanto la posibilidad de
convertirse en creyente. Además, que los hijos de ese matrimonio gozarán de
estabilidad espiritual debido a su padre o madre creyente.
Afirmamos que la permanencia en matrimonio hasta
la muerte es una gran bendición porque:
I.
Es la voluntad de Dios
II.
Es el reflejo de la relación de Cristo y la
iglesia
III.
Contribuye a la unidad de la iglesia
IV.
Les da estabilidad emocional y espiritual a los cónyuges
V.
Les da estabilidad emocional y espiritual a los
hijos
VI.
Le da una oportunidad de salvación a la pareja
incrédula